Categoría: Amigos

  • Mi mundo sin tí, Mari Pepa

    Mi mundo sin tí, Mari Pepa

    Hoy, 21 de febrero, era para mí un día importante: Gael cumplía 6 años y aunque la vida nos ha separado físicamente, no por ello iba a dejar de celebrarlo. Un desayuno revisando viejas y nuevas fotos, vídeos del día en que empezó a andar, de sus juegos en la piscina de mi terraza, de sus charlas con Curro, el loro de mi vecina que solo grazna pero que Gael entiende perfectamente. Miraba todos los regalos que tengo preparados para cuando pueda dárselos en persona. Gael, mi pequeño Padawan ya convertido en Jedi con ropas, espada y trenza delgadísima como su héroe Obi-Wan Kenobi, del que Gael es, por lo visto, una auténtica reencarnación.

    Obi-Wan Kenobi joven. Gael es su más enfervorizado admirador e imitador en su mundo de juegos de Star Wars.

    Escuchaba de fondo el tintinear de que entraban más y más guasaps (lo escribo así porque me da la gana y espero que más de uno me imite). Nunca estoy pendiente de ellos, a veces pasan dos días sin que los haya mirado pero hoy cogí fuerzas a mediodía y me enfrenté a la tarea de revisar los 63 que esperaban. ¿Pepe me ha mandado un guasap?. ¡Que raro!. Era un cariñoso y escueto mensaje en el que me decía que Mari Pepa, su hermana mayor, había muerto esa mañana. La ilusión y buen ánimo con que había comenzado el día cambió con un vuelco de mi maltrecho corazón y una angustia infinita me invadió totalmente. ¡Mari Pepa, la gran hermana de todos, la amiga, la confidente, la paciente, la divertidísima y cantarina animadora de todos los cumpleaños, fiestas y festejos, la bella entre las bellas de cuerpo y alma se había ido.

    Mari Pepa en sus años jóvenes. Guapa, ingeniosa, divertida, buena, muy buena persona. Mi amiga durante casi cuatro décadas.

    Yo tenía una familia en Málaga, la familia de Pepe Infante. Amigos y compañeros durante casi toda nuestra vida profesional, ese cariño que nos hizo inseparables en trabajos, viajes, andanzas, risas y lágrimas, ratos buenos y malos, se amplió de forma natural a nuestras familias. Sobre todo a la suya. En los veranos, yo bajaba con mis niñas a las playas del sur y siempre pasábamos un tiempo con doña Lola, la madre más graciosa y con más tronío que yo he conocido. Y luego Mari Pepa, la hermana mayor, la que siempre estaba atendiéndonos a todos. «Mari Pepa, ¿nos llevas a Nerja?». Y ella montaba en su coche y arreando que para luego es tarde. «Mari Pepa, que voy de rodaje y paso por Málaga. A ver si tengo tiempo de veros». «Mira niña, tú no vas a venir y pasar por aquí como si ná. Te vienes a casa que haré de comer…(lo que fuese)». Era tan acogedora, tan dispuesta, tan animosa… Y la vida no le había dado muchos motivos para ello precisamente. Tuvo un marido, Antonio, que la quiso muchísimo. (¿Quién no ha querido muchísimo a Mari Pepa?, me pregunto ahora). Pero el corazón y el tabaco se lo llevaron hace años. Tiene una hija, Auxi, que hoy no dormirá seguramente y que ha estado a su lado en la medida que ha podido. Pero Mari Pepa tuvo problemas desde niña que la dejaron coja de una pierna. Tenía una rodilla que ya no se que era aquello. Y el corazón muy mal. Y otras muchas averías. Soportó dieciocho operaciones en su vida. Pero ella siempre sonreía y nos alegraba la vida a los demás.

    Mari Pepa, con días malos o buenos, siempre tenía arrestos para animar a los demás. Le gustaban las charletas en las terracitas sombreadas con un refresco.  Sin azúcar, por favor.

    En los últimos años de su vida, desde la muerte de su Antonio, hablábamos por teléfono con bastante frecuencia. Se había quedado muy sola. A las dos las hijas se nos han hecho mayores, tienen su vida, sus trabajos y no pueden, aunque quisieran, darnos toda la compañía que nos hubiese gustado. Así que nos hacíamos compañía por teléfono, nos contábamos cosas de nuestro día a día, de nuestras naderías. Y también hacíamos risas, me cantaba coplillas que yo ahora le canto a Gael y así pasábamos una tarde animada muchas veces.

    Hace unos meses estuvo muy enferma y hubo momentos en que temía lo peor. Como todos sus hermanos. Rafi, la segunda de los cuatro hermanos,  me tenía más o menos al día de su estado de salud, mientras entre todos le buscaban una residencia para ir allí a vivir. Lo pidió la propia Mari Pepa. No quería volver a su casa, a su soledad entre cuatro paredes por muy acogedoras que fueran. Consiguió salir por su pié del Hospital y se fué a su estupenda residencia. No llegué a verla allí, pero cuando hablábamos notaba que estaba contenta, que allí tenía gente con la que hablar, con la que cantar… ¡había hasta «guiris»! que como el resto del personal y habitantes de la residencia hoy lloraban su muerte. Porque los «guiris» esperaban todas las mañana la presencia de Mari Pepa para cantar, bailar y palmear con ella. En un pis pas se había convertido, ¡cómo no!, en el alma de la residencia.

    Mari Pepa posando en una de sus últimas fotos, en la residencia donde vivió en sus últimos tiempos.

    No se cómo lo hacía, pero era imposible no reír estando con ella, impensable que alguien pudiera no quererla. Imposible no sentirse a cobijo a su lado, imposible no sentir admiración por un ángel que, a pesar de sus males, que fueron muchos y duros de llevar, parece que había venido a este mundo para cumplir una misión: contribuir a hacernos  felices a todos los demás.

    Ahora me encuentro un poco perdida, Mari Pepa. Tú, tan bullanguera y cantarina, te has marchado despacio y en silencio. ¿Quién me llamará desde Málaga para contarme cosas de allí, de la familia, de la vida, de tus pinturas y tus manualidades?. ¿Qué vamos a hacer en este rincón del mundo que, de pronto, con tu marcha se ha puesto sombrío?. ¿Cómo va a ser el mundo sin tí, Mari Pepa?. ¿Cómo van a ser mis teléfonos sin tus llamadas?. ¿Cómo mis recuerdos de tí y el tiempo disfrutado contigo van estar llenos de sonrisas si lo que tengo son lágrimas?.

    Te querré siempre. Y te lloraré también. Pero intentaré seguir tus animosos consejos, cuando hablábamos de la muerte, y que se resumen bien en este llamado «Poema Indígena» que tanto te gustaba y que, a pesar de su título, escribió Mary Elizabeth Frye, una modesta ama de casa de Baltimore.

    «No te acerques a mi tumba sollozando, no estoy ahí…

    Estoy en el viento que te acaricia, en las plantas que riegas cada día,

    en las estrellas que brillan de noche en tu hogar,

    en la sonrisa de tus hijos,

    en los pajarillos que cantan en tu ventana…

    Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando…

    No estoy ahí …

    Estoy en tu recuerdo y en tu corazón.

    Adiós, amiga, hermana, confidente. Una parte de mi corazón se va contigo.

  • El ladrón de poemas

    Hoy me he reunido con una vieja amiga y compañera de los tiempos en que ambas estudiábamos Periodismo en la Universidad de Navarra. Es sorprendente como, al abrigo de una charla relajada y divertida, vuelven a la memoria recuerdos que habías borrado de tu vida. Ropas, lugares, rostros, olores, miradas, paseos… vida en definitiva que parecía enterrada y bien enterrada no por un especial interés en enterrarla, sino porque el tiempo va apartando a rincones recónditos muchas cosas para dejar sitio a otras que luego fueron más presentes, más importantes, más decisivas y definitorias de lo que ha sido buena parte de una vida. Hemos revivido exámenes, escapadas sin permiso, juegos atrevidos, copas de fuentes prohibidas y, cómo no, amores. Ligues más bien porque para ninguna de las dos ni uno solo de los que tuvimos en aquellos años fueron ni tan siquiera significativos.

    Eran tiempos de risas, diversión y no muchas responsabilidades. Nos lo pasábamos en grande con nuestras confidencias. No quedaba títere con cabeza.

    ¿Te acuerdas de aquel que estudiaba Derecho y que iba en la tuna, que era de Sevilla y andaba detrás de tí?- me dice ella mientras sujeta en la mano la última copa de la cena.Y yo: ¿y el canario tan guapo que estaba loquito por tus huesos y tú no le hacías ni caso mientras un montón de chicas de Filosofía le llamaban “el principito” y suspiraban a su paso?. Risas, recuerdos, volver a la juventud que entonces parecía eterna. Cuando empiezas a disimular canas, ese retorno momentáneo a los años dulces de estudiante resulta gratificante. Sin magia, sin milagros, retrocedes en el tiempo y vuelves a ser aquella chica entre pícara, formal, curiosa y precavida que fuiste. Yo no fuí una estudiante modelo, desde luego, pero siempre recuerdo que en una reunión de antiguos alumnos hace ya unos cuantos años, uno de mis viejos profesores me dijo algo que se me ha quedado grabado para los restos. “No, no eras una gran estudiante, faltabas a clase si tenías planes más divertidos, apretabas en la víspera de los exámenes y salías adelante. Nos traías de cabeza en ocasiones pero fuiste una de los alumnos que mejor vivió y entendió la universidad”. Me pareció un tanto sorprendente, pero no me dio más explicaciones. Siempre me he arrepentido de no pedírselas porque todavía no se muy bien que quiso decir. Pero, quizás por no saber, nunca he olvidado.

    Encontré una foto así de aquellos tiempos: melenas infinitas, contraluces y las dos mirando muy atentamente algo que había en la pared. 

    Y hablando de olvidos, mi amiga recuerda a un catalán que estaba detrás de ella y que era compañero de clase. Le escribía largas cartas en las que le contaba hasta el color de los calcetines que se había puesto cada día. En vacaciones le ponía conferencias, si viajaba le mandaba poemas sin remitente. Ella coqueteaba con él hasta que dejó de divertirle el juego y lo apartó. A fin de cuentas, nunca le había jurado amor eterno. Ni siquiera amor, ni un te quiero cuando él se lo repetía. Y bien, pasaron los años y un buen día el chico, convertido en periodista fracasado, profesor de otras materias que nada tenían que ver con lo que de joven soñaba, llamo a su puerta. Se vieron varias veces. Ella ya estaba separada y sin hijos ni ataduras. El, mal casado y con hijos, seguía soñando con ella. O jugó a eso hasta que mi amiga le dejó pasar… hasta el dormitorio. Habían hablado de los poemas que él le escribía y ella los buscó por algún armario porque sabía que estaban entre otros muchos recuerdos de otros cuantos amoríos y retazos de juergas de compañeros. Cuando el se fue marchó, mi amiga pensó que el tipo le seguía importando un bledo. Buena figura, poco pelo, un cierto olorcillo a sudor… no, nunca más volvería a su dormitorio. Prefería hombres con olor a Cacharel. O a Boss. (Que es una forma de decir qué tipo de hombres le atraían). Cuando él lo intentó de nuevo, ella lo mandó a escardar. En venganza, él le confesó que la vez anterior había ido allí a robarle los poemas que le había escrito de joven porque creía que eran muy buenos y pensaba incluirlos en un libro.

    El ladrón de poemas como un cazador furtivo huyendo en la noche.

    ¡Será cabrito! -pensó mi amiga. Le noté todavía una cierta indignación mientras me lo contaba. Pero luego su cara se fue transformando y emergió aquella sonrisa pícara de los años jóvenes. “Fuí enseguida a mirar en el cajón de donde había sacado los poemitas de marras y ¡ni te lo imaginas!. En un sobre grande doblado y con una nota que decía “Meriendas” estaban todos los poemas del tipo”. Marisa, mi amiga, empezó a revolver todos los papeles que tenía de aquellos tiempos y enseguida encontró una explicación. El ladrón de poemas se había llevado otros que pertenecían a unas canciones en catalán que le había hecho y dedicado otro de sus amoríos de entonces. Por suerte, al ladrón nunca le dieron la oportunidad de publicar sus poemas. De lo contrario, le hubieran reclamado derechos de autor junto con una denuncia por plagio.

    Cuando nos despedimos, las carcajadas de ambas seguían resonando en la calle semidesierta.

    Madrid de noche, siempre cómplice de buenos momentos. Apenas hay nadie, solo algún despistado y un taxi para cada una.
  • AMIGOS

    Habían sido como uña y carne durante años. Uno de los dos, en mejor situación profesional, siempre estaba dispuesto a echar una mano, defenderlo y  proporcionarle puestos de trabajo bien remunerados. Pero además, fuera del trabajo, eran inseparables. Participaban juntos en muchas actividades culturales, sociales y de puro entretenimiento. Las amorosas, nunca. Esas las llevaba cada uno por su lado aunque se lo contaban todo con todo lujo de detalles.

    dos amigos en contrasol bajo sombrilla

    Siempre juntos compartiendo durante años confidencias, alegrías y, a veces, sinsabores. Pero no era una relación entre iguales. El amigo de mi amigo siempre salía más favorecido de la relación entre ambos. 

    Algo se torció en el camino cuando laboralmente los separaron a la fuerza. Pero nada impidió, o quizás fue una cuestión del destino, que al cabo de unos años estuviesen juntos de nuevo. Ya nada fue igual. Su amigo del alma había sido sustituido por una bipolar que le hacía de chófer y los desprecios que el hacía a su viejo amigo eran incalificables. Por ejemplo, me contaba un día el agraviado, había llevado regalitos para todos en el trabajo porque las navidades estaban encima. Detallitos cuyos precios e importancia iban según el aprecio que tenía a los compañeros. A él le regaló la corteza de parafina de un queso. Envuelta y con lazo. Ante la indignación callada de semejante desprecio, cuando todos se marcharon, el arrancó con raíz buena parte de las plantas que tenía en una macetas en el lugar de trabajo, las metió en una bolsa con cuidado de que el aire no entrase en las raíces y se las llevó a su casa mientras tiraba la corteza de queso en una papelera que había en la calle. Todavía recuerdo esta y otras historias de mala fé sin motivo que el antes amigo le había hecho y de las que yo me enteré mientras me las relataba con lágrimas en los ojos. Nunca entendimos nada ninguno de los dos: ni él como sufridor ni yo como confidente.

    amigos

    Durante muchos años fueron los mejores amigos del mundo y la admiración en su entorno.

    Hoy pienso que, en la vida, todo pasa factura. Y que su cabeza no estaba bien debido a los excesos que había practicado a lo largo de su vida. Se había convertido en arbitrario, ególatra y no soportaba a quien no le estuviese diciendo todo el día lo magnífico que era. Acabó un buen día en que se pasó de fármacos, coca y alcohol en una juerga en la que no estaba oficialmente nadie. Entre sus escritos, había uno que hacía referencia a su viejo amigo. Era largo y pormenorizado, reconocía todo lo que había hecho por él en otro tiempo pero, como suposición final a su comportamiento, se deducía que lo que no soportaba de su antes amigo era deberle una buena parte de lo que, fugazmente, había conseguido en la vida y de que el otro fuera mejor.

  • EL PATIO DE MI CASA ES PARTICULAR

    Y dese luego, cuando llueve se moja como los demás. Pero no escribo sobre el patio de mi casa a causa de la lluvia, si no de otros factores bien extraños (desde el punto de vista de una persona normal y corriente).

    En Berlín son muy frecuentes los edificios de viviendas que tienen una casa de cuatro o cinco pisos (generalmente sin ascensor) que dan a la calle de turno. Tienen un portal y, una vez pasado el umbral, el visitante o vecino se encuentra con dos opciones: entrar en las escaleras de los pisos que dan a la calle, o pasar a una especie de patio-jardín y, al fondo de éste, se encuentran a su vez uno o dos portales que dan acceso a las casas de atrás, con ventanas al patio. ¿Se sitúan más o menos?. ¿Sí?. Vale, sigo adelante.

     

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    Los patios de viviendas, con árboles y jardines son habituales en buena parte de los edificios de Berlín. En ocasiones son patios tan grandes que ocupan el interior de toda una manzana de casas. 

     

    En la casa donde yo habito cuando estoy en Berlín, no hay edificio delantero con ventanas a la calle. En su lugar, hay un espacio vacío y amplio, con unos árboles inmensos. Hay una verja verde, una cancela que no se cierra ni abre automáticamente desde ninguna de las casas y por lo tanto casi siempre está abierta y cualquiera puede entrar directamente al patio-jardín. Al fondo  hay dos portales. Yo vivo en el bajo del portal izquierdo y, por tanto, mis ventanas están a pié de jardín, allí tengo mis rosas, mis arbustos y otras plantas temporeras que adornan un poco el ambiente. Justo al lado de la ventana del salón-estar, hay una pequeña valla de ladrillo que no se muy bien qué pinta allí y una pequeña caseta en cuyas paredes los grafiteros entran y dejan su «ingenio» plasmado con mejor o peor ingenio. Muy berlinés todo. Pues bien, ¿qué se les ocurre que hace bastante gente que entra de la calle al tener paso abierto a un patio?. Lo sé, han pensado que entran a robar ¿verdad?. Pues no. Aquí, al menos en el barrio semi pijo en el que vivo, no suele haber robos. De hecho las casas y oficinas en bajos con ventanas a la calle no suelen tener ni verjas, ni persianas ni nada más que la propia ventana. En alguna rara ocasión alguien entra en un negocio si desde fuera se ve que hay ordenadores (tienen predilección por los Mac) y se los llevan. Pero eso es, por lo general, todo con respecto a robos.

     

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    En Berlín es muy frecuente que las ventanas bajas no tengan rejas. Foto: artono9.

     

    La primera particularidad de mi patio es que la gente que se ve apurada, en vez de entrar a un café o bar a hacer sus necesidades menores se mete en el patio, da la vuelta a la caseta, se planta frente a mi ventana y mea con toda tranquilidad. «A fín de cuentas -deben pensar los usuarios- si puedo evacuar escondidito de la calle en este patio, ¿por qué no hacerlo?. Es mucho más barato que pedir un café y usar los servicios de un bar». No piensan que allí vive gente a la que, seguramente, no le agradará que su jardín sea el retrete del barrio. Conclusión: son unos guarros desvergonzados, tacaños, egoístas e insolidarios. Así que, desde que yo estoy aquí, en cuanto veo que alguien se pone detrás de la caseta y empieza a bajarse la bragueta, salgo por la ventana soltando improperios, insultos en correcto español barriobajero, mezclado con palabras en alemán como «fuera, fuera» o «policía, policía» . No se dan mucha prisa en salir, no, es como si tuvieran derecho a mearse en la casa de otros pero, por no aguantar la bronca y la escandalera, se suben la cremallera de la bragueta con toda parsimonia y se van.  Esto es frecuente. Menos habitual es que, a veces, entran abuelitas que pasean a sus nietos, les bajan la braguita o el calzoncillo y, con la mayor cara dura del mundo, ponen a sus nietos a mear justo en el borde de mis flores y plantas. «Liebe Frau, bitte» ( ¡querida señora, por favor!) y la señora mira a mis ventanas con cara de no entender por qué le hablo, así que tengo que pasar al «fuera, fuera, guarra, policía, policía». Esos nietos, cuando yo ya no esté en este mundo, serán mayores y entrarán a mear a este patio. «Conozco un sitio desde pequeño, aquí cerca, en el que podemos mear sin que nos cueste un duro», me los imagino con toda claridad y el convencimiento de que seguirá siendo así: este patio convertido en el meadero de los que estén o pasen por el barrio.

     

    MEANDO - FUENTE DE PIEDRA SIN GENTE - tumblr_mlqcs1YxmY1s2jlrho1_400

    Como no quiero poner orinando a uno de los visitantes del patio de mi casa, prefiero esta bonita  fuentecilla, con sus chorritos de agua. Mejor ¿no?.

     

    Enfrente de mis ventanas y el jardín, junto a la pared que separa mi patio del de la casa de al lado, están los  hierros donde se aparcan y amarran las bicis de los que aquí vivimos. A través de la cancela, el biciparking se ve desde la calle. Y hay huecos libres para poner alguna bici más. Antes he dicho que en Berlín, al menos en mi barrio, no son frecuentes los robos… salvo el de las bicis. En todo Berlín, a poco que te descuides, las bicis vuelan. Muchos roban a otros muchos que, a su vez roban de nuevo cuando se encuentran sin su bici. Pues bien, el parking de bicis del patio se ha convertido en un lugar donde dejar bicis robadas, esperar con ellas allí unos días a ver si no pasa nada, hasta que finalmente, viene el ladrón con un comprador que la prueba y, si le gusta,  la compra. Últimamente se ha frenado un poco este trasiego de bicis robadas porque un buen día aparecieron dos maravillosas bicis de aluminio guay, recién estrenadas y, cuando vino el ladrón con los compradores, se encontró con que las bicis habían volado. ¡Vaya por dios!, este patio milagrosamente parece que ha dejado de ser un almacén seguro para bicis robadas. Ya nos hemos librado de algo… por el momento.

     

    BICIS EN BERLIN - FOTO GUANCHE - berlin-mercadillo-mauerpark-1

    La compra-venta de bicis en Berlín es un negocio: honrado o no, bicis robadas o bicis «legales» se venden con cierto desahogo en cualquier zona, en el patio de mi casa (más discretamente) o en plena aglomeración, como vemos aquí, en la entrada del mercadillo del Mauer Park. Foto Guanche.

     

    Al pasar la cancela de mi patio, bajo los grandes árboles y antes de llegar al ensanchamiento donde están el jardín y los dos portales, hay una fila con siete cubos de basura. Aquí, en Berlín,  todo es reciclado, todo tiene su cubo y por lo tanto, es fácil hacer este acto tan cívico que es separar basuras. Es completamente distinto a Madrid, donde no suele haber sitio en los edificios de la ciudad para tener múltiples cubos alineados y allí dejar los diferentes tipos de basura. (Por eso me dió risa la estulticia con la que Ana Botella pretendía que en cada vivienda hubiera no se bien cuántos tipos de basuras diferentes. ¿Para ponerla dónde, señora alcaldesa, con estas cocinas diminutas?. ¿Para echarlas en qué cubos del edificio, señora Botella?.  Antes de pedir a los vecinos de Madrid que separen en varias bolsas las basuras de una casa, ocúpese de que haya dónde tenerla en las casas y dónde en los edificios, so lista). Bien, a lo que iba. Aquí si que hay dónde bajar las basuras de cada vivienda, cubos para el vidrio, para residuos orgánicos, para papel, para cartón, para briks y envases de comidas, para restos sólo biológicos, etc, etc. Si tengo las ventanas de la casa abiertas, oigo de vez en cuando ruido de vidrios rotos,  tapas de cubos que caen de repente. Son los pobres de Berlín, que, como tienen entrada libre a este patio, hurgan en las basuras para varias cosas: encontrar algo que echarse a la boca, recoger botellas que puedan devolverse en unas máquinas que hay en algunos centros o supermercados de barrio y  por las que te dan a cambio unos céntimos,  o con un poco de suerte encontrar alguna ropa o calzado viejo con que cambiar la ropa sucia o calzado roto que llevan encima.

     

    POBRE - ZAPATOS ROTOS - FOTO anyka - 3998340-desgastadas-y-maltratadas-zapatos-de-un-mendigo-en-las-calles

    Este pobre anda con los pies por el suelo. Quizás no encontró nada que le pudiera servir en ninguna basura , o quizás prefiera su pobreza a los desperdicios de los demás. Foto: anyka.

     

    Pero ¿en Alemania hay pobres?. ¿No es la tierra de la Merkel la tierra de la abundancia?. Depende, cada uno cuenta cuenta la feria según le va en ella. Yo no me quejo demasiado (tampoco le debo nada a la ªMerkel ni a su gobierno ni a sus instituciones), pero aquí hay pobres, y unos cuantos vienen a hurgar en la porquería que tiramos todos los vecinos de mi patio. Porque, hablando de reciclar, en Berlín sigue vigente una costumbre que abandonamos los españoles hace tiempo, pero que yo la recuerdo de mi infancia: los cascos de las bebidas se llevaban de vuelta a la tienda y te pagaban por ello. En España, los tiramos y el beneficio se lo lleva ¿quién?. A saber… ¿Sabe usted, alcaldesa Botella lo que se hace con las botellas en Madrid y quién se lleva los beneficios?. ¿Alguna adjudicación a dedo quizás?. Noooo, perdone, eso en Madrid no pasa nunca con nada ni con nadie, ya sabemos.

     

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    La pobreza y el alcohol hacen estragos. Tirado junto a los cubos de basura y otros desperdicios que no son de meter en cubos. Esta estampa no solo es frecuente en  Berlín, si no en cualquier ciudad del mundo occidental. Foto: StÄf©phane.

     

    A lo que iba. Por aquello de que en mi patio, junto a los cubos de basura hay mucho sitio, con esos árboles tan grandes y esa entrada tan libre, otra curiosidad es que, de un día para otro, aparecen junto a los cubos todo tipo de artilugios que no están previstos para meter en los cubos. Por ejemplo, un colchón. Es muy fácil: su colchón está viejo y sucio, tiene manchas, ya no hay quien duerma a gusto. Hay que comprar uno nuevo. ¿Que hago con el viejo?. Aquí las tiendas no te traen el nuevo y se llevan el viejo. Eres tú el responsable de hacerlo desaparecer. Tampoco hay un servicio como en Madrid en que llamas al Ayuntamiento y te dan día y hora para recoger muebles, colchones o lo que haga falta que no sea basura de cubo. Sin embargo, hay unos puntos de recogida en cada zona y es allí donde debes llevar todo eso de lo que te quieres deshacer. Pero ¿para qué?. «Aquí al lado -deben decir los vecinos pijos de los alrededores- hay un patio al que se puede entrar y mucho sitio para tirar las cosas». Así que, cuando sales por la mañana, han florecido junto a la larga línea de cubos de basura todo tipo de enseres domésticos: colchones, somieres, alfombras, lámparas rotas, vigas de madera, estantes desvencijados… Y tú te desesperas, das la lata a tu familia alemana, vecina en la misma casa, para que en un correctísimo alemán que una servidora es incapaz de hablar, le comunique al administrador de la finca que la entrada al patio está hecha una mierda, con otras muchas mierdas de todo tipo y que mande un propio o varios para que se las lleven a los puntos de recogida.

     

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    Cubos de basura de diversos tipos, pertenecientes a una vivienda de Berlín. Foto Yamina Raspa.

     

    Mientras tanto, la borracha del segundo piso, que ya ha pasado la menopausia pero se cree una adolescente, racista y xenófoba, alguna vez que tiene mal vino baja al patio y grita contra la española (servidora) que no se sabe muy bien qué daño le ha hecho. Las ventanas se iluminan, los vecinos ven la estampa, oyen, vuelven a cerrar y apagan la luz. Al día siguiente, me buscan o buscan a mi familia y se solidarizan conmigo, me dan las gracias por lo bien que cuidamos el jardín y la pasta y el esfuerzo que nos dejamos en ello (por amor al arte) y nos invitan a tomar una cerveza o a un cumpleaños si se tercia. Y no se hablan, generalmente, con la borracha.

    Llego al final. Como habrán leído, realmente ¿es o no es particular el patio de mi casa?. Yo creo que bastante. Desde hoy, tiene una particularidad más: he encontrado en el rincón de los meones a un alemán muy grande con una bolsa grande también, metiendo en ella algo que apresuradamente le estaba dando una mujer de rasgos orientales. ¡Joder, ahora esto se va a convertir en un dispensario de drogas, he dicho!. «No -me dice mi hija-  le está vendiendo cartones de tabaco de contrabando y no se atreverán a hacerlo en medio de la calle».

    ¡La madre que los parió a todos!. Realmente, (todos cantando) el patio de mi casa es MUY particular… lala lala, lala, tralara lará.

  • ADIOS A BERLÍN

    Llegó el momento de hacer las maletas y volar hacia el sur en busca de un clima más templado, de un cálido otoño que parezca otoño en vez de invierno; en busca de la luz que tenemos en España y anima el espíritu. Es la hora de huir de los fríos acusados y tempranos, de la luz encendida, a veces,  desde las 12 del mediodía. En definitiva, es la hora de decir adiós a Berlín – nunca inhóspito pero ya frío y destemplado-, para correr hacia Madrid a regocijarse con los rayos de sol que aún brillan durante el día en esos otoños tan maravillosos que ofrece la ciudad en esta época.

    Pienso que soy como las bandadas de pájaros que en esta temporada cruzan los cielos rosados de los atardeceres berlineses camino del sur. Aquí, ya está todo hecho. «Todo el pescado vendido». Vamos a ver que hacemos ahora por allá abajo. Me desmoralizan los días lluviosos, uno tras otro, los vientos helados que llegan del norte verdadero y te hacen daño en la cara, en las orejas, en el ánimo. Me siento mayor, me duelen las articulaciones y juro contra esta ciudad (a la que adoro) y su clima horrible. Ese clima tan «horrible» que fué una de las causas de que me instalara aquí a ratos huyendo de los calores del sur. Pero estos días no quiero recordar eso, me duelo y recreo  en lo malo.  Contradicciones del ser humano. En fín, que me voy de Berlín. No aguanto más.Y Berlín, que es una ciudad generosa, decide, de repente, hacerme un regalo. Un regalo no solo a mí si no a los algo más de tres millones que estamos en esta urbe. Es domingo y ¡ha salido el sol!. Hace frío, pero este sol reconforta y todos estamos en la calle. ¿Qué hacer?. Rastro, mercadillo. Berlín los domingos está lleno de mercadillos. Uno de los más famosos y concurridos es el Rastro del Mauerpark. El parque del Muro. Se llama así porque el Muro pasaba delante de este parque en la Bernauer Strasse.La Bernauer Straße es el único lugar de Berlín donde una sección de las instalaciones fronterizas se ha conservado en su integridad con los muros divisorios (exterior e interior), la franja de la muerte, el camino de guardia la torre vigía y los proyectores de luz. Al otro lado de la calle, el Centro de Documentación con una terraza para verlo en toda su amplitud y libros, gráficos, vídeos, fotografías para que nadie olvide.

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    Así era la zona auténtica del muro y aledaños. Solo en la Bernauer Strasse se conserva como era realmente. Foto: Alfonso Vidal.

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    El muro en la Bernauer Strasse tenía unos dos metros y medio de altura. Foto: Alfonso Vidal.

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    Centro de Documentación del Muro, con la escalera y terraza llena de visitantes. No hay que olvidar. Foto: Alfonso  Vidal.

    Pero todo esto forma parte ya de la Historia. Hoy hace sol y el mercadillo del Mauerpark está a rebosar. Como Berlín es amplio y llano, los berlineses se mueven principalmente en bici. Por lo tanto, casi todos llevan a sus espaldas un enorme apéndice:  la mochila con sus cosas para así tener las manos libres y guiar. Como son altos y el sol los tiene excitados, andan por las calles del rastro descuidados,  olvidados de su apéndice trasero, con los que sueltan unos viajes que me van a dejar la cabeza loca de tanto golpe. «¡He crecido poco, al lado de estos bárbaros del norte, jopé!» – mascullo entre dientes . Aquí se puede encontrar de todo: desde trastos viejos, a telas por metros, pilas, radios antiguas, ropa de segunda mano en buen estado por cuatro duros y mucha morralla. Pero incluso hurgar en la morralla es divertido. Nunca se sabe cuando ni dónde puede aparecer un pequeño «tesoro». Que aparecen. Yo tengo varios.

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    Se trata de pasear, buscar, comprar lo usado porque aquí mola «reciclar». De todo, para todos los gustos.

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    La compra-venta de bicis, puede ser un buen negocio en el Mauerpark. Foto: Guanche

    Pero no todo es mercadillo o rastro en el Mauerpark. En realidad, estamos en una gran explanada donde, además de los innumerables tenderetes, hay un campo de fútbol (cerrado, claro), un anfiteatro, chigres con comidas varias, playas de arena (sin mar) donde descansar un rato mientras tomas una birra con salchichas, donde también puedes cocinar, hacer una barbacoa  y donde por todas partes se oye música. Músicas, debería decir, de distinta procedencia y lugar, todas mezcladas según donde estés situado.

    Grill en el Mauerpark

    Una de las zonas de descanso, charla y comida. Foto: Patricia Sevilla

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    Cada cual a su aire y a su bola. 

    En el Mauerpark, los vecinos de Berlín aprovechan los domingos para desprenderse de todo aquello que les sobra, que ya no quieren o que necesitan vender. Los precios son a veces irrisorios. Y se regatea, por supuesto. Este rastro ha experimentado en estos últimos años una gran expansión, hay tenderetes con jóvenes diseñadores, con vendedores de cosas tipo «todo a 100», novedades variopintas, aunque  los promotores piden con carteles a la entrada que se respete el espíritu con que nació el mercadillo: compra-venta de lo usado . Pero el espectáculo, como decía llega más allá de la venta y del reciento del Rastro. Están los malabares, las cometas voladoras, los variados  puestecillos «off Rastro» con ropa usada o  tartas, los peluqueros sin local, los saltimbanquis… y  la música.

    Niña en la cuerda floja

    Aprendiendo a andar en la cuerda floja. Foto: Patricia Sevilla

    Peluquero en el Mauerpark

    Cambio de look por un precio moderado. Foto: Patricia Sevilla

    Tartas caseras en el Mauerpark

    Tartas caseras, un clásico alemán. Foto: Patricia Sevilla

    Volando cometas en el Mauerpark

    Niños de altos vuelos. Foto: Patricia Sevilla

    Ropa de segunda mano en el Mauerpark

    ¡Colada a la venta!. Foto: Patricia Sevilla

    Disfrutando de los últimos rayos de sol en el Mauerpark

    Un rayo de sol, oh, oh, oh… Foto: Patricia Sevilla

    En un claro, fuera del rastro pero dando ambiente al conjunto, un grupo de percusión. Gente a su alrededor. En el suelo, un hombre  pasado de rosca que parece disfrutar y animar a los muchachos. Mucho tiempo sin parar, sin un respiro. De vez en cuando, alguien se levanta para bailar al son de los bombos.  ¿Yo juraba contra Berlín al comienzo de este escrito?. ¡Tonterías!. Este regalo de despedida con sol y ambientazo  es lo más de lo más. Aquí no hay edades, ni jóvenes ni viejos, todos unidos, cómplices, camaradas de risas y diversión, de buen rollito.

    Percusión – Mauerpark, Berlín Oct 2010.

    Una música se impone a las demás. Es hacia el fondo,  donde está el pequeño anfiteatro. Me encamino hacia allí y el anfiteatro está a rebosar. En el escenario, un hombre de edad madura canta con ganas y como puede «O sole mio», mientras con sus compases un grupo de fornidos muchachos juegan al baloncesto a unos metros. Es un karaoke. ¿En un anfiteatro y a la hora de comer (merendar para los alemanes)?. Pues sí. Todos los domingos que hace bueno, un americano que se gana la vida montando karaokes en fiestas privadas, se instala allí con sus aparatos y espera que la gente acuda y salgan voluntarios. No cobra nada. Lo hace porque le divierte y  divierte a los demás. Hay que echarle valor para salir en medio, pero nunca faltan voluntarios  a puñados. Es necesario carecer de vergüenza, por supuesto, pero los aplausos del público siempre divertido y agradecido ante cualquier gesto de buen rollo, merecen la pena.

    O Sole Mio – Mauerpark, Berlín Oct 2010.

    Siempre hay en esta ciudad cosas que sorprenden,  divierten y enseñan. ¡Bendito Berlín que antes de marcharme desolada, fría y hundida en la falta de luz, me ha regalado esta despedida!. Auf Wiedersehen!.  Nos vemos en Madrid de nuevo. ¿Vale?.

  • ABUELOS CANGURO – ABUELAS NIÑERAS

    Algunas de mis viejas amigas ( viejas no tanto por la edad, sino por el tiempo que hace que somos amigas, que conste) han cambiado mucho en estos últimos años. Han cambiado sus hábitos, sus costumbres y me han dejado de lado, salvo para tener largas charlas telefónicas. Poco más. Me estuve preguntando durante tiempo qué diablos les pasaba, aunque ya sabía la respuesta: se habían convertido en abuelas. Vamos, que sus hijos/as les habían dado nietos. Y digo «dado» con toda la intención: los habían parido y poco después, pasado un tiempo corto y prudencial, los hijos habían organizado su nueva vida de padres en función de la existencia de las abuelas. Les metieron los nietos en sus brazos, en sus casas y ahí se han quedado dias enteros, tardes enteras, noches si hace falta,  hasta que se van haciendo mayores y les llega la hora de ir al cole o, como mucho, un rato a una guardería. (más…)