Autor: Camino Ciordia

  • Encontrado en la basura

    Me gusta ir de mercadillos y revolver en los tenderetes en busca de cosas diferentes. ¿Diferentes a qué?. Nunca lo se, solo estoy segura cuando las encuentro. Antes de caer enferma con una gripe de no te menees que te dan mareos, estuve en una de estas catedrales de lo viejo, lo roto, lo «kitch», lo útil y lo sorprendente. ¡Ah!, y lo «vintage». Me traje unos cuantos «trofeos» entre los que se encuentran varias cartas de alguien enamorad@ -a medias, creo yo-, y la primera de todas la traigo a este rincón porque me parece encantadoramente contradictoria. Como la vida misma.

    Buscando tesoros por un mercadillo.

    «Hola, cariño:

    Antes de salir, me dí cuenta de que todo había sido un error. ¡Somos tan modernos!. Unas pequeñas vacaciones pero cada uno por su lado. Hay que evitar por todos los medios correr el riesgo de ahogarnos en medio de nuestro amor, de tantos “te quiero” y de rebosar espumas entre polvo y polvo. No, no podíamos correr ese riesgo ¿verdad?. Y es que, como somos muy modernos, está muy bien el descansar de tu pareja durante unos días. Pareja que tampoco es una pareja al uso, porque nunca hemos convivido bajo el mismo techo. ¡Dios nos libre de semejante vulgaridad!.

    Cada uno por su lado… durante unas cortas vacaciones.

    Así que aquí estoy, a mil, dos mil, tres mil kilómetros de ti buscando una paz que no encuentro  en nuestra ciudad pero que quizás hubiese tenido contigo en cualquier otra parte. Mi habitación es grande y lujosa, con dos camas juntas. Hubiésemos estado a gusto aquí. ¿Qué coño haces en la dulce Francia?. ¿Meditar en solitario sobre lo raritos que somos?.

    Meditando sobre un viaje en solitario que no era necesario.

    ¿Por qué te fuiste allí si no era necesario?. Por otra parte  ¿qué pinto yo  en Canarias mientras tú haces nada en otro lado?. ¿Descansar de tu compañía?. Por qué no me habré ido contigo?. O tú conmigo… Y es que a veces ¡somos tan modernos!.

    Aquí hace mal tiempo, llueve, hace viento y no creo que sobrepasemos los 18 grados. Así que, entre otras cosas, me divierto viendo a todos los turistas guiris empeñados en lucir sus mejores galas veraniegas. Brazos y piernas al aire, blancos como carne de merluza, desorientados porque no saben cómo llenar su tiempo si el sol se esconde. Les habían dicho que Tenerife tiene seguro de sol. ¡Menudo chasco!.

    Malos tiempos. A algunos turistas parece que hasta les divierte.

    Después de deshacer mi equipaje, he bajado a dar una vuelta por los diversos bares del hotel. En uno de ellos, los guiris asistían babeando a un mediocre espectáculo de flamenco. En otro, me ha abordado muy educadamente un inglés. “¿Es posible que haya venido usted amigo, sin compañero… sin marido?.  Sí, era posible. “El amigo pasa estas vacaciones en otro lugar, lejos”. “¿Me aceptaría usted una copa?”. Pero no, hoy no le aceptaría una copa. Hoy estoy triste,  con un ligero cabreo y mucho cansancio. Es mejor, pienso, que me vaya a dormir. Y él se despide con un galante “lo siento. ¡Podía haber sido una agradable velada…!”.

    Podía haber sido una velada agradable pero no era la persona ni el momento. El lugar, sí era el apropiado.

    Y he subido a la lujosa, vacía y triste habitación a pensar en mis cosas. Tú, esta noche, eres “mis cosas”. No vuelvas a dejarme ir. No vuelvas a marcharte.

    Mucha habitación para una sola persona pero…¡tan… tan estupenda!. Por una vez…

    En la tele están poniendo una muy buena película en circuito privado para el hotel. ¡Que diablos!. Esta noche, la peli es lo que me importa. Ya seguiré pensando en ti en otro momento que esta persona que soy yo, ahora va a estar muy ocupada. Buenas noches,  mi querido Antonio .

    Con amor,

    Mariano»

    ¿No os parece que a veces en los mercadillos, entre basuras, podemos encontrar cosas cuando menos curiosas, entrar por un momento en la vida de otros, comprar un objeto que fué de otro y tiene una historia, indagar, vestirte con sus ropas, vivir o sentir su vida a través de sus sentimientos o sus cosas?. Tengo todavía más historias.

  • Mi mundo sin tí, Mari Pepa

    Mi mundo sin tí, Mari Pepa

    Hoy, 21 de febrero, era para mí un día importante: Gael cumplía 6 años y aunque la vida nos ha separado físicamente, no por ello iba a dejar de celebrarlo. Un desayuno revisando viejas y nuevas fotos, vídeos del día en que empezó a andar, de sus juegos en la piscina de mi terraza, de sus charlas con Curro, el loro de mi vecina que solo grazna pero que Gael entiende perfectamente. Miraba todos los regalos que tengo preparados para cuando pueda dárselos en persona. Gael, mi pequeño Padawan ya convertido en Jedi con ropas, espada y trenza delgadísima como su héroe Obi-Wan Kenobi, del que Gael es, por lo visto, una auténtica reencarnación.

    Obi-Wan Kenobi joven. Gael es su más enfervorizado admirador e imitador en su mundo de juegos de Star Wars.

    Escuchaba de fondo el tintinear de que entraban más y más guasaps (lo escribo así porque me da la gana y espero que más de uno me imite). Nunca estoy pendiente de ellos, a veces pasan dos días sin que los haya mirado pero hoy cogí fuerzas a mediodía y me enfrenté a la tarea de revisar los 63 que esperaban. ¿Pepe me ha mandado un guasap?. ¡Que raro!. Era un cariñoso y escueto mensaje en el que me decía que Mari Pepa, su hermana mayor, había muerto esa mañana. La ilusión y buen ánimo con que había comenzado el día cambió con un vuelco de mi maltrecho corazón y una angustia infinita me invadió totalmente. ¡Mari Pepa, la gran hermana de todos, la amiga, la confidente, la paciente, la divertidísima y cantarina animadora de todos los cumpleaños, fiestas y festejos, la bella entre las bellas de cuerpo y alma se había ido.

    Mari Pepa en sus años jóvenes. Guapa, ingeniosa, divertida, buena, muy buena persona. Mi amiga durante casi cuatro décadas.

    Yo tenía una familia en Málaga, la familia de Pepe Infante. Amigos y compañeros durante casi toda nuestra vida profesional, ese cariño que nos hizo inseparables en trabajos, viajes, andanzas, risas y lágrimas, ratos buenos y malos, se amplió de forma natural a nuestras familias. Sobre todo a la suya. En los veranos, yo bajaba con mis niñas a las playas del sur y siempre pasábamos un tiempo con doña Lola, la madre más graciosa y con más tronío que yo he conocido. Y luego Mari Pepa, la hermana mayor, la que siempre estaba atendiéndonos a todos. «Mari Pepa, ¿nos llevas a Nerja?». Y ella montaba en su coche y arreando que para luego es tarde. «Mari Pepa, que voy de rodaje y paso por Málaga. A ver si tengo tiempo de veros». «Mira niña, tú no vas a venir y pasar por aquí como si ná. Te vienes a casa que haré de comer…(lo que fuese)». Era tan acogedora, tan dispuesta, tan animosa… Y la vida no le había dado muchos motivos para ello precisamente. Tuvo un marido, Antonio, que la quiso muchísimo. (¿Quién no ha querido muchísimo a Mari Pepa?, me pregunto ahora). Pero el corazón y el tabaco se lo llevaron hace años. Tiene una hija, Auxi, que hoy no dormirá seguramente y que ha estado a su lado en la medida que ha podido. Pero Mari Pepa tuvo problemas desde niña que la dejaron coja de una pierna. Tenía una rodilla que ya no se que era aquello. Y el corazón muy mal. Y otras muchas averías. Soportó dieciocho operaciones en su vida. Pero ella siempre sonreía y nos alegraba la vida a los demás.

    Mari Pepa, con días malos o buenos, siempre tenía arrestos para animar a los demás. Le gustaban las charletas en las terracitas sombreadas con un refresco.  Sin azúcar, por favor.

    En los últimos años de su vida, desde la muerte de su Antonio, hablábamos por teléfono con bastante frecuencia. Se había quedado muy sola. A las dos las hijas se nos han hecho mayores, tienen su vida, sus trabajos y no pueden, aunque quisieran, darnos toda la compañía que nos hubiese gustado. Así que nos hacíamos compañía por teléfono, nos contábamos cosas de nuestro día a día, de nuestras naderías. Y también hacíamos risas, me cantaba coplillas que yo ahora le canto a Gael y así pasábamos una tarde animada muchas veces.

    Hace unos meses estuvo muy enferma y hubo momentos en que temía lo peor. Como todos sus hermanos. Rafi, la segunda de los cuatro hermanos,  me tenía más o menos al día de su estado de salud, mientras entre todos le buscaban una residencia para ir allí a vivir. Lo pidió la propia Mari Pepa. No quería volver a su casa, a su soledad entre cuatro paredes por muy acogedoras que fueran. Consiguió salir por su pié del Hospital y se fué a su estupenda residencia. No llegué a verla allí, pero cuando hablábamos notaba que estaba contenta, que allí tenía gente con la que hablar, con la que cantar… ¡había hasta «guiris»! que como el resto del personal y habitantes de la residencia hoy lloraban su muerte. Porque los «guiris» esperaban todas las mañana la presencia de Mari Pepa para cantar, bailar y palmear con ella. En un pis pas se había convertido, ¡cómo no!, en el alma de la residencia.

    Mari Pepa posando en una de sus últimas fotos, en la residencia donde vivió en sus últimos tiempos.

    No se cómo lo hacía, pero era imposible no reír estando con ella, impensable que alguien pudiera no quererla. Imposible no sentirse a cobijo a su lado, imposible no sentir admiración por un ángel que, a pesar de sus males, que fueron muchos y duros de llevar, parece que había venido a este mundo para cumplir una misión: contribuir a hacernos  felices a todos los demás.

    Ahora me encuentro un poco perdida, Mari Pepa. Tú, tan bullanguera y cantarina, te has marchado despacio y en silencio. ¿Quién me llamará desde Málaga para contarme cosas de allí, de la familia, de la vida, de tus pinturas y tus manualidades?. ¿Qué vamos a hacer en este rincón del mundo que, de pronto, con tu marcha se ha puesto sombrío?. ¿Cómo va a ser el mundo sin tí, Mari Pepa?. ¿Cómo van a ser mis teléfonos sin tus llamadas?. ¿Cómo mis recuerdos de tí y el tiempo disfrutado contigo van estar llenos de sonrisas si lo que tengo son lágrimas?.

    Te querré siempre. Y te lloraré también. Pero intentaré seguir tus animosos consejos, cuando hablábamos de la muerte, y que se resumen bien en este llamado «Poema Indígena» que tanto te gustaba y que, a pesar de su título, escribió Mary Elizabeth Frye, una modesta ama de casa de Baltimore.

    «No te acerques a mi tumba sollozando, no estoy ahí…

    Estoy en el viento que te acaricia, en las plantas que riegas cada día,

    en las estrellas que brillan de noche en tu hogar,

    en la sonrisa de tus hijos,

    en los pajarillos que cantan en tu ventana…

    Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando…

    No estoy ahí …

    Estoy en tu recuerdo y en tu corazón.

    Adiós, amiga, hermana, confidente. Una parte de mi corazón se va contigo.

  • Mentiras y cantos de sirena pre-electorales

    Todos los movimientos sociales que han tenido lugar a raíz del 15-M del pasado año y que tanto alteraron a los políticos gobernantes tienes una misma base: hartazgo, descontento, impotencia, rabia. Una buena parte del pueblo soberano está hasta las narices para decirlo pronto y claro. Corrijo: estamos (que yo soy muy pueblo). Los estudiantes en la calle, los desahuciados, también. Los preferentistas arruinados y sus ladrones protegidos por ministros o lo que sea menester. La sanidad pública, en manos de explotadores privados en la mayor parte de los lugares donde manda el PP. Los yayoflautas con pensiones escasas y congeladas haciendo imposibles para ayudar al resto de la familia -hijos, nietos- que están en el paro, no tienen con qué comer y no pueden pagar el comedor del colegio de los niños. Parados de larguísima duración que ya no tienen esperanzas de volver a encontrar trabajo ni tienen ya derecho a prestaciones por desempleo. Hambre, miseria, desamparo, frío para muchos, mientras las orillas entre los que nada o poco tienen y aquellos a los que les sobra casi todo se alejan más cada día.

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    Manifestación multitudinaria en Madrid exigiendo poner fin a las políticas que generan pobreza y desigualdad y a los tratados de libre comercio. 15/10/2015. Foto: Agustín Millán.

    (Inciso: nunca he sido de los de la ceja, que son muy conservadores todos ellos, por cierto, y muy antiguos).

    He tenido que dejar pasar unos días para remansar las aguas interiores del cabreo, de la vergüenza ajena ante mentiras y manipulaciones de datos en lo que fue el primer acto electoral de las elecciones del 20-D y no  el último pleno de cuatro años llenos de pena, miedo, necesidad, vergüenza, robos, recortes, corrupciones e indecencia que han sido los protagonistas de esta etapa.

    Rajoy en su sillón del Congreso, junto a una Soraya Sainz de Santamaría que parece perpleja ante las críticas de la oposición a las políticas del Gobierno en estos cuatro años. Foto: Europa Press.

    Como muy bien le espetó Rosa Díez en el citado Pleno, Rajoy empezó mintiendo a los españoles y acaba de la misma forma. Yo, sin necesidad de repasar archivos ni hemerotecas, recuerdo muy bien aquello de que  iba a bajar los impuestos, también que iba a mantener el poder adquisitivo de las pensiones y nada de esto se ha cumplido. En España,  el 29% de la población vive en riesgo de pobreza y somos los segundos en la Unión Europea en pobreza infantil y desigualdad.  Esa pobreza infantil que niegan miembros y «miembras» del PP.

    Así que desigualdad, pobreza, corrupción, poco empleo y además precario, son el legado de un hombre (y su equipo de gobierno)  que asegura que la única forma de seguir con el progreso que ha conseguido y no hundir a España en la miseria de Zapatero es votarle de nuevo para que nos siga ofreciendo… ¿qué?. ¿Más mentiras?.

    La política de austeridad (para la plebe, para nosotros) y la reforma laboral realizada durante estos cuatro años, ha sido estudiada por un equipo de Economistas frente a la Crisis. El  primer balance es éste: caída del empleo, tasa de desempleo inaceptable y precarización del trabajo. Se ha favorecido el empleo de baja calidad en condiciones laborales malas y salarios vergonzosos. Es hora de derogar esta reforma laboral, aconsejan. El desempleo se está haciendo crónico y los trabajos creados son de mala calidad. Economistas frente a la Crisis recomiendan un inmediato cambio de estrategia política para mejorar la calidad del empleo -así como la reducción de las actuales desigualdades y la pobreza-,   como única forma de lograr un desarrollo económico y social aceptable para el país.

    Colas de parados ante una oficina de Empleo en la localidad de Fuenlabrada (Madrid). El paro, según los datos más recientes, está subiendo nuevamente.

    Y bien. A pesar de los cantos de sirena de Rajoy y  equipo de gobierno, a pesar de los cantos de miembros mediáticos del PP, el paro que había bajado hasta las cotas en que lo dejó el PSOE de Zapatero, está volviendo a subir. Pasados los meses de veranillo, más de 26.000 personas se han quedado en la calle. Sobrepasamos ampliamente  los 4 millones de parados.  El colectivo de parados anteriores también ha crecido. Y para ser honrados y no manipular, a pesar de que el paro en general ha subido, fundamentalmente en el sector servicios y parados anteriores a este recuento, hay más trabajo en el sector industria, construcción y agricultura. Con respecto a los contratos, el 91,5% tiene contratos temporales precarios. Las mujeres y los jóvenes menores de 25 años son los más desfavorecidos. 1,6 millones de jóvenes entre 16 y 29 años son «ni-ni». Ni estudian ni trabajan. Casi 2 millones y medio de parados llevan sin trabajo más de dos años. Los contratos en prácticas pueden durar hasta tres años con pequeñas interrupciones para no saltarse la legalidad y se le aplican a personas con más de 30 años incluso. Hace pocos días, veía en un reportaje en TV cómo a unas empleadas de hotel se le hacían contratos en prácticas durante mucho tiempo, años, para hacer camas y ordenar habitaciones de huéspedes. Y no se les daba clases de ningún tipo, ya que estaba en prácticas.  Y se les pagaba a 4 euros la habitación hecha. Y en vez de las 4 horas contratadas, tenían que hacer 8 o 10 horas cada día. Hay más de 3 millones de trabajadores (es un decir, pobres gentes) con contratos ¡de una hora a la semana! que cuentan como trabajadores y no como parados. PRECARIEDAD.  Cada vez estamos más cerca de la gran cagada capitalista mal entendida y peor practicada. Nuestros hijos, al paso en que este Gobierno se está fundiendo los dineros públicos, no llegarán a pensionistas, salvo que tengan pensiones privadas. Pero los bancos quizás vayan a la quiebra, aunque los banqueros serán más ricos que antes y nuestros descendientes no tendrán más salida que quitarse de en medio, emigrar al fin del mundo y empezar a construir algo nuevo. Porque aquí, en la España del «primer mundo», los señores que manejan gobiernos, política, datos, bancos y grandes negocios, serán los nuevos dioses del Olimpo de los Sinvergüenzas con suerte y/o con buenos padrinos. Al resto, el 99% del «primer mundo» y del planeta, solo le quedará sangre, sudor y lágrimas.

    Ante mentiras, manipulaciones y falsos cantos de sirena, sólo me queda desolación, rabia, impotencia y la palabra mientras no me corten la lengua y los dedos con que escribo. Así que a vosotros que nos mentís, que nos arruináis, que nos congeláis, que nos amordazáis y que nos queréis obligar a aprender religión (católica, por supuesto), os mando esto con todo el cariño que merecéis:

  • Ella

    Como todos los días, cuando su marido y los hijos se marcharon a sus deberes respectivos, ella recogió los restos del desayuno, ordenó la cocina, las habitaciones y echó una ojeada a la casa. Todo en orden, cada cosa en su sitio y el piano en su rincón. Se sentó ante él, como hacía casi todas las mañanas y tocó durante una media hora. Luego, se levantó, arrimó la banqueta al piano y se sentó ante el escritorio. Solo unas cuantas letras en un papel que metió en un sobre y lo dejó en el recibidor, bien a la vista. Cogió su bolso y salió de su muy confortable casa.

    Sin mirar atrás, dejó el hogar en el que Ella había forjado una vida y formado una familia feliz. Siempre pensando en ellos, pero  ¿qué pasaba con Ella?.

    Aunque no sabía a dónde se dirigía, caminaba con paso firme y resolución. Simplemente seguía un impulso que había reprimido hasta hoy en que, ella no sabía muy bien por qué, tenía que seguirlo.

    En la ensenada de autobuses cogió uno que le pareció adecuado. El conductor le preguntó que a donde iba, para saber cuánto le tenía que cobrar. “Hasta el final” dijo ella y luego buscó un asiento de ventanilla para ver el paisaje.

    Al final del camino, después de casi un día entero de viaje con diversas paradas, llegó a un pueblecito al borde de la nada. “Fin de trayecto, todos abajo”, dijo el conductor.

    Final del trayecto. Comienzo de algo nuevo. Pero ¿qué?. Todo eran incógnitas.

    Ella estaba ahora indecisa. No se arrepentía de lo que estaba haciendo pero no sabía muy bien qué hacer ahora, en ese pueblo diminuto y con un aspecto desolador. No se dio cuenta de que se le acercaba un hombre casi anciano hasta que lo tuvo a dos pasos y se dirigió a ella. “Ha tardado más de lo convenido. Tenga, aquí le dejo las llaves. Lo demás es cosa suya. Que le vaya bien, señora”. Y desapareció de su vista en menos que canta un gallo. El estupor de la mujer era inmenso. Unas llaves viejas y grandes, como de caserón antiguo en las manos, y un interrogante en su interior. La primera idea que tuvo fue entrar en la cantina del pueblo para averiguar quién era el misterioso anciano que se había esfumado. Allí se enteró de que ella era la nueva propietaria de la semiderruida posada que había ya dentro de la nada, al borde de un camino de viajeros solitarios y aventureros. Le dijeron también que el viejo ya no tenía fuerzas ni ganas de seguir con el trabajo, que se iba a vivir a la ciudad con uno de sus hijos y por eso le había vendido la vieja posada.

    Un alma caritativa la llevó hasta el lugar y la dejó sola ante algo que se parecía más a un chamizo que a una casa con posada.

    Un chamizo que había que convertir en casa habitable. Un gran desafío, una obra ingente para una persona sola. Pero Ella no se echó para atrás. Por suerte, detrás la casa guardaba un secreto precioso.

    Ella no se echó para atrás. Abrió la casa y se puso, como hacía en su propia casa, a ordenarlo todo y a limpiar. El calor era sofocante pero ella descubrió que la trasera de la casa tenía un tesoro: un pozo de agua fresca y cristalina. Su salvación.

    Fueron años muy duros. Ella trabajó como una mula. Un día, vinieron un hombre y una mujer y se quedaron con ella para ayudarle en los trabajos a cambio de techo y comida. La posada empezó a ser famosa entre los viajeros solitarios. Se fue corriendo la voz de que allí había agua, buena comida, afecto en el trato, sábanas limpias y sonrisas para los viajeros. Y la posada se convirtió en un negocio aceptable.

    Con el paso de los meses y los años, el sol y la arena  habían hecho estragos en la piel de ella. Arrugas múltiples surcaban su rostro y sus manos se parecían a unos sarmientos resecos. Era una mujer nueva y se sentía plena por primera vez en su vida. Así que había llegado el momento de levar anclas. Regaló la posada a la pareja que tanto le había ayudado y se encaminó a la parada del autobús.

    Cuando él se bajó del coche, a la puerta de casa, los sonidos del piano hicieron que su corazón diera un vuelco. “¿Será posible?”. Entró precipitadamente en la casa y sí, allí, frente al piano, estaba ella de nuevo tocando una suave melodía. No se atrevía a darle un abrazo. ¿Debería montarle un buen escándalo por los años de abandono?. Siete años, siete años sin saber nada. Solo la nota que ella había dejado: “No me busques. Si me encuentro, volveré”. El resto tiene mucho que ver con un final feliz, armonioso y en paz.

    Con su vuelta parecía comenzar el primer día del resto de sus vidas.   (Foto de Elliot Erwitt). 
  • El ladrón de poemas

    Hoy me he reunido con una vieja amiga y compañera de los tiempos en que ambas estudiábamos Periodismo en la Universidad de Navarra. Es sorprendente como, al abrigo de una charla relajada y divertida, vuelven a la memoria recuerdos que habías borrado de tu vida. Ropas, lugares, rostros, olores, miradas, paseos… vida en definitiva que parecía enterrada y bien enterrada no por un especial interés en enterrarla, sino porque el tiempo va apartando a rincones recónditos muchas cosas para dejar sitio a otras que luego fueron más presentes, más importantes, más decisivas y definitorias de lo que ha sido buena parte de una vida. Hemos revivido exámenes, escapadas sin permiso, juegos atrevidos, copas de fuentes prohibidas y, cómo no, amores. Ligues más bien porque para ninguna de las dos ni uno solo de los que tuvimos en aquellos años fueron ni tan siquiera significativos.

    Eran tiempos de risas, diversión y no muchas responsabilidades. Nos lo pasábamos en grande con nuestras confidencias. No quedaba títere con cabeza.

    ¿Te acuerdas de aquel que estudiaba Derecho y que iba en la tuna, que era de Sevilla y andaba detrás de tí?- me dice ella mientras sujeta en la mano la última copa de la cena.Y yo: ¿y el canario tan guapo que estaba loquito por tus huesos y tú no le hacías ni caso mientras un montón de chicas de Filosofía le llamaban “el principito” y suspiraban a su paso?. Risas, recuerdos, volver a la juventud que entonces parecía eterna. Cuando empiezas a disimular canas, ese retorno momentáneo a los años dulces de estudiante resulta gratificante. Sin magia, sin milagros, retrocedes en el tiempo y vuelves a ser aquella chica entre pícara, formal, curiosa y precavida que fuiste. Yo no fuí una estudiante modelo, desde luego, pero siempre recuerdo que en una reunión de antiguos alumnos hace ya unos cuantos años, uno de mis viejos profesores me dijo algo que se me ha quedado grabado para los restos. “No, no eras una gran estudiante, faltabas a clase si tenías planes más divertidos, apretabas en la víspera de los exámenes y salías adelante. Nos traías de cabeza en ocasiones pero fuiste una de los alumnos que mejor vivió y entendió la universidad”. Me pareció un tanto sorprendente, pero no me dio más explicaciones. Siempre me he arrepentido de no pedírselas porque todavía no se muy bien que quiso decir. Pero, quizás por no saber, nunca he olvidado.

    Encontré una foto así de aquellos tiempos: melenas infinitas, contraluces y las dos mirando muy atentamente algo que había en la pared. 

    Y hablando de olvidos, mi amiga recuerda a un catalán que estaba detrás de ella y que era compañero de clase. Le escribía largas cartas en las que le contaba hasta el color de los calcetines que se había puesto cada día. En vacaciones le ponía conferencias, si viajaba le mandaba poemas sin remitente. Ella coqueteaba con él hasta que dejó de divertirle el juego y lo apartó. A fin de cuentas, nunca le había jurado amor eterno. Ni siquiera amor, ni un te quiero cuando él se lo repetía. Y bien, pasaron los años y un buen día el chico, convertido en periodista fracasado, profesor de otras materias que nada tenían que ver con lo que de joven soñaba, llamo a su puerta. Se vieron varias veces. Ella ya estaba separada y sin hijos ni ataduras. El, mal casado y con hijos, seguía soñando con ella. O jugó a eso hasta que mi amiga le dejó pasar… hasta el dormitorio. Habían hablado de los poemas que él le escribía y ella los buscó por algún armario porque sabía que estaban entre otros muchos recuerdos de otros cuantos amoríos y retazos de juergas de compañeros. Cuando el se fue marchó, mi amiga pensó que el tipo le seguía importando un bledo. Buena figura, poco pelo, un cierto olorcillo a sudor… no, nunca más volvería a su dormitorio. Prefería hombres con olor a Cacharel. O a Boss. (Que es una forma de decir qué tipo de hombres le atraían). Cuando él lo intentó de nuevo, ella lo mandó a escardar. En venganza, él le confesó que la vez anterior había ido allí a robarle los poemas que le había escrito de joven porque creía que eran muy buenos y pensaba incluirlos en un libro.

    El ladrón de poemas como un cazador furtivo huyendo en la noche.

    ¡Será cabrito! -pensó mi amiga. Le noté todavía una cierta indignación mientras me lo contaba. Pero luego su cara se fue transformando y emergió aquella sonrisa pícara de los años jóvenes. “Fuí enseguida a mirar en el cajón de donde había sacado los poemitas de marras y ¡ni te lo imaginas!. En un sobre grande doblado y con una nota que decía “Meriendas” estaban todos los poemas del tipo”. Marisa, mi amiga, empezó a revolver todos los papeles que tenía de aquellos tiempos y enseguida encontró una explicación. El ladrón de poemas se había llevado otros que pertenecían a unas canciones en catalán que le había hecho y dedicado otro de sus amoríos de entonces. Por suerte, al ladrón nunca le dieron la oportunidad de publicar sus poemas. De lo contrario, le hubieran reclamado derechos de autor junto con una denuncia por plagio.

    Cuando nos despedimos, las carcajadas de ambas seguían resonando en la calle semidesierta.

    Madrid de noche, siempre cómplice de buenos momentos. Apenas hay nadie, solo algún despistado y un taxi para cada una.
  • AMIGOS

    Habían sido como uña y carne durante años. Uno de los dos, en mejor situación profesional, siempre estaba dispuesto a echar una mano, defenderlo y  proporcionarle puestos de trabajo bien remunerados. Pero además, fuera del trabajo, eran inseparables. Participaban juntos en muchas actividades culturales, sociales y de puro entretenimiento. Las amorosas, nunca. Esas las llevaba cada uno por su lado aunque se lo contaban todo con todo lujo de detalles.

    dos amigos en contrasol bajo sombrilla

    Siempre juntos compartiendo durante años confidencias, alegrías y, a veces, sinsabores. Pero no era una relación entre iguales. El amigo de mi amigo siempre salía más favorecido de la relación entre ambos. 

    Algo se torció en el camino cuando laboralmente los separaron a la fuerza. Pero nada impidió, o quizás fue una cuestión del destino, que al cabo de unos años estuviesen juntos de nuevo. Ya nada fue igual. Su amigo del alma había sido sustituido por una bipolar que le hacía de chófer y los desprecios que el hacía a su viejo amigo eran incalificables. Por ejemplo, me contaba un día el agraviado, había llevado regalitos para todos en el trabajo porque las navidades estaban encima. Detallitos cuyos precios e importancia iban según el aprecio que tenía a los compañeros. A él le regaló la corteza de parafina de un queso. Envuelta y con lazo. Ante la indignación callada de semejante desprecio, cuando todos se marcharon, el arrancó con raíz buena parte de las plantas que tenía en una macetas en el lugar de trabajo, las metió en una bolsa con cuidado de que el aire no entrase en las raíces y se las llevó a su casa mientras tiraba la corteza de queso en una papelera que había en la calle. Todavía recuerdo esta y otras historias de mala fé sin motivo que el antes amigo le había hecho y de las que yo me enteré mientras me las relataba con lágrimas en los ojos. Nunca entendimos nada ninguno de los dos: ni él como sufridor ni yo como confidente.

    amigos

    Durante muchos años fueron los mejores amigos del mundo y la admiración en su entorno.

    Hoy pienso que, en la vida, todo pasa factura. Y que su cabeza no estaba bien debido a los excesos que había practicado a lo largo de su vida. Se había convertido en arbitrario, ególatra y no soportaba a quien no le estuviese diciendo todo el día lo magnífico que era. Acabó un buen día en que se pasó de fármacos, coca y alcohol en una juerga en la que no estaba oficialmente nadie. Entre sus escritos, había uno que hacía referencia a su viejo amigo. Era largo y pormenorizado, reconocía todo lo que había hecho por él en otro tiempo pero, como suposición final a su comportamiento, se deducía que lo que no soportaba de su antes amigo era deberle una buena parte de lo que, fugazmente, había conseguido en la vida y de que el otro fuera mejor.